El horno de fuego ardiente
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te
anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.
Isaías 43:2
Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.
Salmo 50:15
El horno de
fuego ardiente
Lea Daniel 3
Nabucodonosor, rey de Babilonia, había hecho una
estatua de oro y había pedido a todo su pueblo que la adorase, como si fuese un
dios. Pero tres jóvenes hebreos prefirieron obedecer a su Dios. Conocían su
primer mandamiento del cual hablamos ayer: “No tendrás dioses ajenos delante de
mí. No te harás imagen.... No te inclinarás a ellas...
porque yo soy el Señor tu Dios... celoso” (Éxodo 20:3-5). Por lo tanto
decidieron no postrarse ante la estatua. Fueron denunciados y llevados ante el
rey, quien estalló en ira. Les ofreció una última oportunidad: si se
arrodillaban ante la estatua no serían quemados vivos. Pero los jóvenes
confiaron en su Dios y respondieron al rey: “Nuestro Dios a quien servimos
puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.
Y si no, sepas, oh rey, que no
serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has
levantado” (Daniel 3:17-18). Furioso, el rey ordenó echar al horno a los tres
hombres atados. Pero, ¡qué sorpresa! Solo se quemaron sus ataduras. Los tres
hebreos caminaban libremente en medio del fuego, acompañados por una cuarta
persona. Era Dios mismo quien estaba ahí con ellos y los protegía del poder del
fuego.
El rey, espantado, les ordenó salir del fuego. Y todos
pudieron ver el milagro que Dios había hecho a favor de sus fieles testigos.
Dios nunca deja sin respuesta a la fe, incluso si
algunos han muerto como mártires. Si tenemos que pasar por la prueba,
descansemos confiadamente en Dios. ¡Él nos responderá!