Segundo mandamiento: No te harás imagen

 

No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás.

Éxodo 20:4-5

 

Segundo mandamiento: No te harás imagen

La representación de la divinidad mediante estatuas era muy común, sobre todo en el antiguo Oriente. Los pueblos tenían varios dioses y adoraban a los ídolos, a objetos que representaban a sus dioses. Por lo tanto, el pueblo de Israel corría el peligro de seguir este ejemplo y adorar falsos dioses postrándose ante sus ídolos, o incluso adorar a Dios mediante imágenes que trataban de representar sus atributos.

Ahora bien, hacerse “ídolos” es dejar de lado la revelación de Dios, es dar de él una imagen deformada. Incluso es corromper esta revelación mediante un aporte humano que al parecer es para la gloria de Dios, pero que muy a menudo lo deshonra. No hay nada material que pueda representar de forma adecuada los atributos del Señor. Dios es invisible, por ello no podemos representarlo mediante imágenes, ni siquiera imaginarlo. El apóstol Pablo precisó a los atenienses que “no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hechos 17:29).

Entonces, ¿cómo podemos adorar de verdad? Jesús dijo a una mujer de Samaria que preguntaba dónde se debía adorar: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24).

Ese Dios invisible se reveló, se hizo visible en la persona de su Hijo, a quien envió a la tierra. En Jesucristo, y solo por él aprendemos a conocer a Dios, quien nos ama y cuida de nosotros.